Por Rubén Darío Sánchez Alvis
El título de éste artículo y su contenido tiene una doble intención de llamar la atención frente a la decisión política que los colombianos debemos tomar el próximo 25 de Mayo, con ocasión de las elecciones de presidente de la república.
Pero también tiene un único objetivo, que podamos alcanzar el anhelado sueño de lograr un Acuerdo de Paz, en un país como el nuestro que arrastra más de 500 años de confrontaciones armadas entre nativos e invasores, luchas fratricidas entre patriotas y traidores, esclavos y opresores, trabajadores y patrones, que en el último medio siglo, se ha acentuado mucho más con la violencia generada por enfrentamientos de tipo político, ideológico, étnico y cultural, y por la sangrienta disputa por la tierra, generada por los cultivos ilícitos, el narcotráfico, la explotación indiscriminada de los recursos naturales y por la economía minera.
Es claro que la paz no se logra con la firma de unos acuerdos en la Habana. Contrario a lo que muchos creen, la paz no es la ausencia de la guerra. Lo difícil y complicado del tema, es que la paz no se da instantáneamente, no se obtiene sin esfuerzo, no se compra, ni se pide prestada, mucho menos se logra por decreto o por mandato. La paz tiene que nacer de la manifestación plena y espontánea de los seres humanos, pero fundamentalmente del ejercicio libre, autónomo y eficaz de todas las organizaciones gremiales, sociales y políticas e instituciones públicas y privadas que conforman el Estado.
Frente a éste noble propósito, todos los colombianos deberíamos estar unificados por encima de cualquier consideración, en torno a apoyar irrestrictamente los esfuerzos de diálogo y conciliación. Es preocupante entonces, que el proceso haya tenido que soportar la implacable oposición del senador electo de extrema derecha, Álvaro Uribe Vélez y que pese a que dos ex comisionados de paz, son candidatos a la vicepresidencia, sistemáticamente vengan desestimando, los acuerdos en Cuba, que por lo menos, permitirían que el presupuesto que hoy se utiliza para la guerra, pueda ser destinado a la inversión social.
En la presente campaña electoral, solo dos, de las cinco propuestas presidenciales, están verdaderamente comprometidas con un Acuerdo de Paz con las FARC y una eventual negociación pacifica con las demás guerrillas colombianas. Por un lado, el presidente Juan Manuel Santos, quien inicio las conversaciones y hábilmente se auto proclama nacional e internacionalmente como candidato del extremo centro, pero que por las contradicciones internas de su gobierno, a raíz del protagonismo del ministro de defensa Juan Carlos Pinzón descalificando permanentemente a las FARC, ha disminuido en la opinión pública la credibilidad en el proceso.
Por el otro lado, están dos de las sobrevivientes del último acuerdo político por la paz y que representan sectores políticos que históricamente han estado comprometidos con la solución política negociada al conflicto armado. Que además, han vivido en carne propia los rigores de la violencia y han acompañado constantemente las movilizaciones obreras, sociales y populares surgidas desde las regiones más deprimidas y apartadas de la nación, donde la crisis económica y social, como la presencia de los actores armados, es mayor, pero que paradójicamente por la misma razón, son colectividades políticas desestimadas, estigmatizadas y que carecen de garantías electorales y de seguridad.
En síntesis, con todas sus deficiencias y limitaciones, las fórmulas de Clara López – Aída Avella y la del presidente candidato, son las únicas opciones reales por un intento de paz. Colombianos hagamos bien la apuesta electoral.